María.
¡Cuántas veces he dejado
mis besos sobre una estampa,
besos que tú has recibido
en el fondo de tu alma!
Al mirarte he sonreído
y mi sonrisa callada
ha despertado en tus ojos
el amor de tu mirada.
¡Cuántas veces he sentido
tu presencia sosegada
en el centro de mi alma!
Quisiera decirte, Madre,
cosas bellas que engalanan,
pero tú eres tan bella,
que no necesitas nada.
Déjame poner mis ojos
en esos tus ojos. ¡Guapa!
y sentir que tú me quieres
y que tu amor me regala
la ternura de tu Hijo,
nacido de tus entrañas.
Gracias, Madre de mi alma.
Gracias, por tu compañía.
Gracias por esa sonrisa
y la luz de tu mirada.
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